MAR DE CRISTAL 

El hombre yacía postrado desde hacía tiempo en una condición continuamente peculiar. La adictiva droga le había hecho sucumbir de todo aquello que pudiese llamarse, sentido común, razón lógica o conciencia plena. El ímpetu e impulso que de antaño le caracterizaban habían sido ampliamente doblegados por aquella cautivadora sustancia de la que es bien sabido que consume lentamente, desde adentro hacia fuera, superponiendose —inclusive— a aquella suerte de fuego que consume hasta el más reacio carácter y la más fuerte voluntad. La enérgica disposición no bastaba para que aquel sujeto se liberase de las placenteras garras que lentamente le corroían cada ínfima fibra de su incapacitada alma. Los síntomas de la notable sujeción son ampliamente indescriptibles; sin embargo, a causa de la notable singularidad de los hechos, se transcribe vagamente algunas prominentes manifestaciones de su frenética condición. Cuando el sol cae y la penumbra abraza la tranquila estancia de aquél extraño individuo; ahí cuando el más profundo sueño recae pesadamente sobre sus frágiles párpados; ahí cuando el cuerpo baja la natural guardia y sucumbe facilmente ante cualquier posible opositor, es sólo ahí cuando aparece un abrupto despertar acompañado de la febril imagen y necesidad máxima de aquél hipnotizante compuesto. Fuertes palpitaciones cardíacas evocan la Dulce composición de un Mar de idílicas sensaciones que invaden el cuerpo hasta el punto máximo del supremo éxtasis. Es ahí cuando la ausencia de sustancia produce una fuerte sensación de opresión en el pecho, efectuando aquella suerte de vacío omnipresente que produce la tan trágica enfermedad de la nostalgia. Sonoros suspiros acaecen sollozantes evidenciando la singular condición. La droga misma en este caso es tanto visual como sustancialmente atractiva; una perfumada mata de cabello negro y corto recae sobre la suave pendiente de un cuello que incita a caricias de todo tipo; suaves hombros denotan la entrada hacia una espalda femenina de piel tersa que incita a recorrela mil veces con la piel desnuda; senos suaves y redondos puestos a propósito para perderse entre ellos y lamerlos con el más intenso frenesí; piernas suaves y abundantes conteniendo la máxima fuente del húmedo éxtasis en el que se basa enteramente toda aquella apremiante necesidad. El hombre sucumbe innegablemente ante la esencia mística de la droga más adictiva que hay, transformada en el cuerpo de una mujer de ojos sublimes, su afamado nombre es: Mar de cristal.