CRÓNICAS DE VIAJE EN TRÁILER POR CARRETERA
Segundo viaje
II
La cabina del tráiler era iluminada por luces led color rojo intenso. El espacio daba el aspecto de una de esas salas privadas de un club nocturno para hombres, así que al estar ahí dentro daba la sensación de que lo único que faltaba era una mujer con ropa mínima meneando las caderas enfrente tuyo. Luis era casado, su esposa tenía veinticinco años y llevaban juntos alrededor de diez. Con ella había procreado tres hijos, mientras que con su anterior matrimonio había tenido dos; los cinco hijos vivían con ella, quien se dedicaba exclusivamente al hogar. A pesar de todo, ella aún conservaba esa juventud propia de la adolescencia tardía, lo que le hacía parecer unos años más joven de lo que realmente era. El sueldo de un conductor de trailer no es tan malo tomando en cuenta que no se requieren demasiados estudios para ejercerlo. A Luis le bastaba su sueldo como chofer para dar sustento a su numerosa familia y además para sostener sus dos grandes adicciones: el cristal y las mujeres. El mito parecía ser cierto: un conductor de tráiler debía tener al menos una mujer en cada ciudad que visitase. La plática en nuestros primeros kilómetros sólo era entre Luis y yo y fue, naturalmente, sobre mujeres.
—¿Y luego qué, Julius? ¿Ya tienes novia? —Me preguntó—
—No ha salido la afortunada. —Le contesté— La belleza femenina no es una de las cualidades principales de por esta zona, además, las que son bonitas se hacen las difíciles; luego, por lo regular, la belleza está peleada con la inteligencia. Si a eso le sumas que no soy el sujeto mejor parecido y que no tengo exceso de dinero, entonces el resultado inevitable es la soledad.
Hubo un silencio y Luis me miró extraño. Parecía no entender nada.
—Te gustan los hombres ¿verdad?
—No. Ni que fuera Mickey
Pude sentir como la mirada incisiva de Mickey se clavaba sobre mí desde el camarote.
—Mira, acabo de agarrar una morrita bien chula aquí en San Martín. Ahorita nos vamos a desviar un poco para pasar por allí porque le voy a llevar un encargo hasta Durango. Le ando haciendo la lucha con ella. —Me dijo Luis—
—Ya estás.
Luis comenzó a mirar fijamente por los retrovisores de manera continua. Comenzó a prestar más atención a ellos que hacia el frente del camino. Tenía olfato para detectar a kilómetros a los maleantes, después de todo, en el pasado él había ejercido como uno.
—Ponte al tiro, Julius. —Me dijo Luis— Como a quinientos metros vienen cuatro sujetos en dos motos por el carril de baja. Agarra el bate que tengo al lado de tu asiento y ponle el seguro a tu puerta. Baja el vidrio, al cabo que no es antibalas. Si ves que se trepan de tu lado, no te asustes. Entonces, en cuanto se asome el güey, le metes un cachazo macizo con la punta del bate, justo sobre el tabique de la nariz. Lo tienes que hacer de volada porque vienen armados. Yo aquí traigo la fusca, si no se cae, le meto un plomazo. En cuanto caiga, me cambio al carril de baja y les paso el camión por encima. Sólo corre tu asiento hasta atrás, que no quede tu cabeza visible desde la ventana. Luis apagó las luces rojas de la cabina y quedamos a oscuras.
Mickey se levantó de la cama del camarote y se puso alerta, observaba por el espejo retrovisor del lado de mi puerta. Yo no era adicto a alguna sustancia o droga, si lo era, en cambio, a la adrenalina. Ese era otro de los motivos por los que prefería viajar en tráiler que en cualquier otro medio de transporte común; situaciones de este tipo ofrecían motivos más que de sobra para salir de tu zona de confort mental. He aquí la solución al verdadero óxido que corroe al individuo promedio: La rutina. Los cuatro sujetos se emparejaron a un costado del tráiler. Lo observaron y parecieron leer los emblemas de la empresa en los costados. Estaban identificando el camión. Desistieron, redujeron velocidad y se fueron quedando atrás.
—No tenemos lo que buscan —Dijo Luis— No creo que le sirva de mucho robarse partes de chasis de automóviles. Por lo regular, lo que prefieren son camiones con carga perecedera, como alimentos. También buscan electrónicos.
—Ah, ya veo, cosas que puedan venderse de manera rápida y sencilla. —Le dije a Luis—
—Si. Justo hace una semana desapareció un tráiler refrigerado que llevaba quince toneladas de manzana, lo hizo con todo y chofer.
La carretera a San Martín era de las más peligrosas de la zona, inclusive del país y ahí nos llevaba Luis. Cargado hasta el tope de cristal, persiguiendo un par de nalgas sin importarle algo más. Llegamos a San Martín. Paramos en un entronque y nos orillamos. Luis hizo una llamada
—Ya estamos aquí —Dijo Luis al teléfono—
—Estoy ahí en dos minutos —respondió una vocecilla de mujer—
—¿Cómo la vieron con los malandros? —Nos preguntó Luis soltando una carcajada—
Yo no contesté y miré a Mickey, éste no parecía exaltado, su aspecto se veía incluso más intimidante que el de los sujetos que nos habíamos topado en la carretera, pero se le veía tranquilo.
—Ya llegó —Le dijo Mickey a Luis—
Entonces un Nissan Tsuru color gris se paró frente al tráiler con las intermitentes encendidas. Mickey y Luis se bajaron. La cajuela del carro se abrió y Mickey comenzó a sacar cajas, las llevó al tráiler y me dijo:
—Ayúdame a guardarlas en las alacenas que están encima del camarote
—¿Qué son? —Le pregunté a Mickey—
—Pipas de vidrio, para fumar droga —Me contestó— Al tiro que son frágiles
Luego me pasó bolsas negras con ropa adentro, y las acomodé en los compartimientos. Mientras Mickey y yo trabajábamos. Luis estaba recargado en el Tsuru acariciando y besando a una mujer. Tendría unos veintisiete años, pelo negro ondulado, morena, curvy. No era del todo fea.
—Pinche Luis —Pensé— Después de todo, había valido la pena arriesgar nuestras vidas.
—¡Terminamos! —Le gritó Mickey a Luis—
Luis se despidió de la chica y nos subimos al tráiler.
—Te toca relevarme —Le dije a Mickey—
Así que me fui al camarote para intentar dormir un poco. Mickey se sentó en el asiento del copiloto. Luis dio el golpe al botón amarillo del aire presurizado y nos pusimos de nuevo en marcha.