FLOR DE UNA NOCHE

"La vida es dura" —pensé—. Me encontraba recostado, tras extenuante jornada, escuchando algunas notas musicales notablemente místicas que agudamente señalaban lo fatídico de mi destino. En mi mente, pregonaba el aura rosa de su esencia mezclándose indistintamente con el café canela de su larga mata, resultando en tal suerte de un perfumado almizcle que avivaba la capacidad de sobrepensamiento de tan aturdido soñador. "Recordar su nombre no sirve de nada" —Exclamé—. Los dones que el destino me había conferido aguzaban hondamente a una suerte de espada a doble filo que atraía fuertemente a efímeras féminas que fugazmente aparecían, para tan sólo después fugarse a través de una angosta puerta oculta tras un suave velo blanco que presagiaba la funesta maldición que siempre me ha acompañado. Flor de una noche tu cariño, en el resto hay condenación. "Le escribiré una carta" —Decidí—. En el instante que tomé el lápiz y el papel, el destino cíclico me trajo de nuevo al punto de partida impidiendo razonablemente que el oprobio del repudio causara estragos en la tan marcada fragilidad de mi temple; un castigo falso, del cuál evidentemente no soy de ninguna forma merecedor.